Hoy, martes 27 de septiembre, he tenido la inmensa suerte de poder asistir a la Jornada de Presentación del Proyecto Sohá que se ha celebrado en el CRIF Las Acacias, en Madrid.
Todavía resuena en mis oídos la voz emocionada, vibrante y firme de este superviviente del Holocausto. Un testimonio duro pero emocionante de alguien que pasó por seis campos de concentración hasta su liberación, en Bergen-Belsen en 1945, el mismo campo donde murió Anna Frank, pero que no ha perdido la sonrisa ni el sentido del humor. Isaac Borojovich aún puede narrar con brillo en los ojos y la voz admirablemente serena lo que vivió en esos campos de exterminio, sin duda, algo que ningún ser humano debió ver nunca.
Isaac nos pide a los maestros/as que no olvidemos y que ayudemos a transmitir a nuestros niños y jóvenes la verdad de lo que pasó para que no vuelva a repetirse. Porque no olvidemos que fueron hombres, seres humanos como nosotros, los que cometieron tales atrocidades, los que exterminaron a unos 6 millones de judíos, legándonos para la Historia de la Humanidad una de las páginas más abominables y vergonzosas que se puedan escribir jamás.
Afortunadamente, contamos con algunas voces de hombres, mujeres y niños que sobrevivieron al horror y son hoy un ejemplo y un referente a los que debemos todo nuestro respeto y atención. Todos, como ciudadanos, como demócratas, como seres humanos tenemos una deuda con ellos y, como educador, siento que tengo la responsabilidad compartida de dar voz a los que algunos siempre quisieron callar y de luchar contra el silencio y la indiferencia.
Como ya dije en otro momento (con el drama humanitario de los refugiados) la escuela no puede ser neutral: ante la injusticia y la desigualdad hace falta una escuela comprometida con los valores de la tolerancia, la justicia social y los derechos humanos.
(fuente: la crónica.com )
Isaac nació el 15 de agosto de 1927 en Svir, Polonia. Su padre, Israel Zlotejablko, era un comerciante que trabajaba la fruta y el cuero. "Cuando vino la guerra mi padre bajó muchísimo su fuerza. Yo tuve que encargarme de traer la comida a casa. Y para eso me tenía que escapar. Me escapaba 20 veces igual". De las 30 personas de su familia sólo sobrevivieron a la guerra él y su madre, Sprintze Buskaniec. Siempre fue consciente de lo que vivía: solo pensaba en sobrevivir y en aportar a los suyos. "Cuando mi pueblo se transformó en un gueto conseguí trabajo en una cantina de alemanes. Yo cortaba leña y traía las sobras a casa".
Entre 1942 y 1944 Isaac pasó por dos guetos —Michaliszki y Vilna— y seis campos de concentración: Viivikonna, Vaivara, Ereda, Stutthof, Dormettingen y, finalmente, Bergen-Belsen. Él siempre tuvo claro que para sobrevivir había que conjugar fortaleza y astucia. En los guetos se volvió experto en lustrar botas militares de los alemanes usando cepillo y franela, sin pomada. "En una oportunidad, en Vaivara (Estonia), salvé mi vida escondiéndome en un pozo negro. Una noche nos hicieron formar en una de las plazas. Me imaginé que nada bueno podía pasar. Le dije a mi padre: Me quiero escapar. Y él me respondió que me iban a matar. Mi mamá, que me apoyaba siempre, me dijo: 'Hacé lo que te diga tu corazón'. Me escapé y me metí hasta un pozo negro que había cerca. Estuve cuatro o cinco horas sumergido hasta los ojos pero con los brazos hacia arriba, para no hundirme. Cuando sentí que ya no había barullo, salí. Y vi que a todos los niños de mi edad se los habían llevado". Sufrió fiebre tifoidea, pero siguió vivo.
Isaac apeló a todos sus recursos para sobrevivir al invierno sin comida ni abrigo. "Una noche, en Ereda, debí dormir a la intemperie con 23 o 24 grados bajo cero. ¿Cómo no me congelé? De niño tenía un librito que decía que los esquimales para protegerse del frío hacen un pozo en la nieve y se tapan con ella. Lo hice y fui de los pocos que no se congelaron". Aquí vio a su hermana por última vez, partiendo en un camión hacia —lo supo luego— Auschwitz. En Bergen-Belsen, un recluso veterano le advirtió que allí nadie sobrevivía más de dos o tres semanas. Isaac superó los cuatro meses. "Allá nos acostábamos en el piso 20 o 30 personas y la mitad no se levantaba. No mataban a nadie, pero al parecer nos envenenaban la comida con vidrio molido. Cuando entraron las fuerzas inglesas había 15 mil cadáveres tirados por todos lados".
Seis días antes de la liberación vieron que estaban arribando mujeres a ese campo. "Me acerco hasta los alambrados y ahí aparece mi madre. Hacía más de un año que no nos veíamos. Ella no me reconoció, estaba muy flaco, pero yo sí a ella. Y cuando nos liberaron yo buscaba ropa, comida y a mi mamá. A los tres días no pude más: me quedé tirado en una de las calles del campo. Pero ella me encontró. Yo le dije: Menos mal que te encontré antes de morir, te quería ver. Un médico que me revisó dijo que clínicamente tenía que estar muerto. Tenía disentería pero también mucha voluntad, por eso sobreviví".
fuente del texto : http://www.elpais.com.uy/domingo/sobrevivientes-horror-holocausto.html
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